Quizá sólo sea diciembre, pero esta mañana he despertado con la ¿desesperada? necesidad de buscarte. De que una palabra tuya llegara hasta mi. Entonces, tomé el móvil y me animé a marcar el número. Escuché tu hola y entonces, no fue suficiente.
¡Ah!, la eterna inconformidad.
Pasó una hora y luego otra; entonces, pensé que lo que ahora quería era una carta. ¡Una carta! Sí y que llegara de cualquier forma posible. Quizá a través del correo tradicional o a través de las nuevas tecnologías: un correo electrónico, un mensaje en el Facebook o hasta a través de un mensaje de texto.
¡Oh, ilusa! Claro que eso no pasará.
El ejercicio de hacer que mis frustrados deseos emprendieran el viaje desde el cerebro hasta la punta de los dedos de mis manos en forma de estos "teclazos" no es casual. Ahora quiero dejar constancia de mi egoismo: Mis "quiero", "deseo", "espero" y bla, bla, bla.
Nuevamente, tengo ganas, de que en unos cuantos días cuando mi egoismo esté a la baja, pueda darme cuenta de que el Mundo no gira alrededor mio. Nadie puede vivir para complacerme. Entonces, si quiero leer una carta linda, pues debo inspirarme y escribirme; si quiero una llamada telefónica, pues puedo utilizar alguno de mis dos teléfonos; si quiero sorprenderme, pues... ¿qué espero?
Esas cosas puedo hacerlas, las demás, las que corresponden a otros. Esas no. ¿Entonces? Pues hay que dejar de esperar lo que no está en nuestras manos concretar.
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