domenica, marzo 13, 2011

Estoy triste. Quería esconder mi tristeza en una frase bonita, pero llegué a la conclusión de que eso no es ético. "Estoy triste". Así, nada más. Algo de honestidad debe haber en esas dos palabras.
Ando explorando el origen de mi tristeza. Hace un rato pensé que se debía a la falta de atención por parte tuya... pero ahora empiezo a dudar. Podría haber hecho todo lo posible por sortear los obstáculos y llegar hasta tu casa. Ya me veo sentada en la silla de madera, junto a la mesa. Quietecita. Callada. Bajo la luz de ese foco azul. Viendo cómo trabajas en la computadora y esperando no decir nada imprudente que desate tu enojo. (Porque, obvio, estás enojado). Imaginando esa escena no puedo sino sentir una gran tristeza. No se necesita ser adivino para saber que terminaría la noche dando un portazo y escapando rápidamente hacia un taxi.
¿Afortunadamente? No fui a tu encuentro. Cerré la puerta a cualquier posibilidad que me hiciera flaquear. Estoy segura lejos de ti. Lejos de ti y lejos de la gente. Adicionalmente mi decisión se traduce en un ahorro significativo que en estos días previos a la quincena se agradece.
¿Por qué?
Esa es la pregunta que quiero contestarme. ¿Qué busco demostrar? Tengo indicios, pero me rehúso a analizarlos. ¿Por qué no puede ser uno Dios y modificar todo a conveniencia propia?, ¿Por qué debe uno resignarse?