No son precisamente mariposas en el estómago lo que he sentido desde el
instante mismo en que lo descubrí detrás de las gotas que caían y empañaban
el parabrisas de aquel taxi... Mentiría si le dijera eso -hoy más que otros días sé
que a Usted no puedo mentirle ni de la forma mínima-. No son mariposas.
Intento en vano plasmar con palabras tan grande sentimiento y sé lo
innecesario de este ejercicio, ya que entre Usted y yo no se precisa el lenguaje
para que exista comprensión.
Porque ha bastado desarrollar en estos años un sexto sentido con el cual los
otros cinco, los ya sabidos, adormecieron y permitieron elevar el espíritu para
traspasar dimensiones, tiempos y espacios.
Nunca antes había cenado, frente a frente, con la sabiduría encarnada;
espero su benevolencia al tomar en cuenta mis disculpas por haber dejado
escapar en medio de la risa el alma.
Déjeme, pues, perderme entre este cúmulo de palabras vacías que hacen
parecer sinsentido el único hecho que realmente lo tiene; déjeme reime otra vez
de mi ignorancia (¿o estupidez?) y déjeme sentir otra vez el hambre infinita que
me provocó verlo y el desbordante placer de saberme, en cualquier sentido,
satisfecha...
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